14 Oct Cuatro grandes mujeres de Fe
¿Quién no ha escuchado acerca de Sara? Ella era la esposa de Abraham, y su fe está registrada en Hebreos 11:11: Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aún fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido”.
La Biblia registra las historias de muchas mujeres de fe, tal como Sara—mujeres que creyeron y confiaron en Dios. Podemos encontrarlas a lo largo de las escrituras.
La viuda de Sarepta
Su hijo había enfermado gravemente y había muerto, entonces, el profeta Elías “clamó al Eterno y dijo: Eterno Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él. Y el Eterno oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió. Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive. Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra del Eterno es verdad en tu boca” (1 Reyes 17:21-24).
La mujer sunamita
Su hijo fue un milagro de Dios. Ella no había podido concebir; pero con la bendición de Dios, finalmente tuvo un hijo.
Cuando su hijo era joven, súbitamente se enfermó y murió. Ella lo acostó en la cama donde Eliseo dormía cuando viajaba por esa área. “Y venido Eliseo a la casa, he aquí que el niño estaba muerto tendido sobre su cama. Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró al Eterno. Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus manos sobre las manos suyas; así se tendió sobre él, y el cuerpo del niño entró en calor. Volviéndose luego, se paseó por la casa a una y otra parte, y después subió, y se tendió sobre él nuevamente, y el niño estornudó siete veces, y abrió sus ojos. Entonces llamó él a Giezi, y le dijo: Llama a esta sunamita. Y él la llamó. Y entrando ella, él le dijo: toma tu hijo. Y así que ella entró, se echó a sus pies, y se inclinó a tierra; y después tomó a su hijo, y salió” (2 Reyes 4:32-37).
Jairo y su esposa
Jairo era uno de los dirigentes en la sinagoga. Él vino a Jesús y le pidió que sanara a su hija que estaba enferma. Más tarde ella murió, pero Jesús todavía quiso ir con él a la casa.
“Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente” (Marcos 5:40-42).
La viuda de Naín
Ella perdió su único hijo. Jesús fue movido a compasión y por su bien, le resucitó a su hijo.
“Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre. Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros, y: Dios ha visitado a su pueblo” (Lucas 7:12-16).
El amor de una mujer por su hijo es muy fuerte. En estos cuatro casos, las mujeres fueron testigos de la resurrección de sus hijos; y por lo que ellas y otros vieron, su fe fue fortalecida.
¿Cómo no va a ser más grande la época en la que todas las mujeres van a recibir sus muertos de vuelta a la vida? Esta es la promesa que Jesús hizo a sus discípulos: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz” (Juan 5:28-29).
Esta es la esperanza de todos—¡la resurrección de los muertos! Se necesita fe para creer que esto va a pasar.
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